El Padrino (1972)
Don  Vito Corleone és el cap d'una de les cinc famílies que exerceixen el  comandament de la Cosa Nostra a Nova York als anys 40. Don Corleone té  quatre fills, una noia, Connie, i tres homes, Santino, o Sonny, com li  agrada que li diguin, Michael i Freddie, a qui envien exiliat a Las  Vegas, donada la seva incapacitat per assumir llocs de comandament a la "família". Quan un altre capo, Sollozzo, al rebutjar el Padrí  intervenir en el negoci d'estupefaents, intenta assassinar a aquest,  comença una cruenta lluita de violents episodis entre els diferents  grups.
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Crítica d'Octavi Martí a EL PAIS, 6 d'agost de 1983:
GÁNSTERS EN EL CONSEJO DIRECTIVO.
"...De  Coppola, Spieberg, Lucas y; en general, de los nuevos cineastas  americanos, se dice que se limitan a copiar a los clásicos y a hacerlo  disponiendo dé sumas de dinero muy superiores a las que se confiaban a  directores como Hawks, Ford, Wyler, Fuller o Walsh. En el caso de  Coppola hay que desmentir inmediatamente que su talento se limite al de  un copista rico. La oportunidad de volver a contemplar la primera parte  de El padrino sirve para confirmar a Francis Ford Coppola como el  mejor cineasta de su generación y como una persona que no tiene nada  que envidiar a sus maestros, a no ser lo extenso de sus filmografías.
El padrino  ofrece una visión de la Mafia y el gánster muy alejada de la  tradicional. Ya no estamos ante un planteamiento xenófobo, en el que, el  emigrado es visto como delincuente potencial y raza inferior. El  gánster ya no es un individuo asocial, violento y peligroso para el  sistema capitalista, cuerpo extraño infiltrado en sus venas. En El padrino,  el gánster no es más que un ejecutivo del crimen y éste —como la guerra  respecto a la política— no es otra cosa que la continuación del  comercio por otros medios. Los jefes de las distintas familias se reúnen  en algo muy parecido a los consejos directivos de cualquier gran  empresa. No en vano la película se abre con una declaración de  americanismo formulada por un inmigrado italiano ante Don Vito Corleone.
El  pobre hombre —tiene un negocio de pompas fúnebres— ha visto cómo la ley  americana dejaba sin castigo a los individuos que maltrataron a su hija  y reclama ahora que Corleone haga justicia. Don Vito es la otra cara de  la moneda, el encargado del trabajo sucio, de poner orden allí donde  la’ moral convencional considera no debe inmiscuirse: juego,  prostitución, alcohol y, posteriormente, droga.
Pero Ford Coppola no resulta innovador porque el planteamiento lo sea. En El padrino  no hay aquella exigencia de narratividad a toda costa que figura en  primer plano del cine clásico de los años treinta o cuarenta. Él  prefiere individualizar las secuencias, organizar el relato a partir de  grandes elipsis. El resultado es menos novelesco y más próximo al  retrato o a la reconstrucción memorística. Esta opción conlleva un  cierto margen de libertad para los apuntes impresionistas. En este  sentido, el de la creación de un espacio, Coppola es un verdadero  maestro, sabiendo pasar espléndidamente de ese impresionismo a la mayor  exactitud. Los 20 o 25 minutos iniciales —los correspondientes a la  fiesta— deberían figurar en todas las antologías del cine por la  complejidad de tiempo, espacio y acciones diversas que contienen sin  que, en ningún momento, haya caídas de ritmo o tono. Y ahí sí juega un  gran papel el conocimiento de los maestros. Ford Coppola odia el zoom,  detesta subrayar con la planificación o la óptica lo que debe tener  entidad dramática. El suyo es un cine que necesita un espectador atento,  inteligente, que sepa mirar y ver. Cuando busca reforzar un sentido, lo  hace por vías conceptuosas, como es el caso del montaje paralelo del  bautismo y de los asesinatos, más explícito y menos ambivalente que el  Wagner y los helicópteros en Apocalipsis now, pero de igual potencia.
Aunque  en algunos momentos pese la ganga novelesca y la película corra el  peligro de perder su halo trágico para convertirse en una crónica de  sucesos, el talento de Coppola, su atrevimiento al basar —por ejemplo—  todo el clímax de una escena en el ruido enervante de un corcho que se  resiste a abandonar el cuello de la botella, salva los inconvenientes  que se derivan de la obra de Mario Puzzo. El padrino consigue,  gracias a su director, superar a todas sus imitadoras —quizá habría que  exceptuar la segunda parte del propio Padrino— y ser una muy ajustada,  emocionante y dramática crónica de la iniciación de un joven en los  secretos de su familia, trayectoria iniciática que incluye la asunción  de toda una historia, desde sus orígenes sicilianos hasta su presente  neocapitalista..."
Rebeldes (1983)
Ponyboy  Curtis és un adolescent orfe que pertany a la banda de Los greixosos.  Els seus dos germans i tots els seus amics formen part de la banda.  Controlen el seu territori ia la banda rival, Els dandis. Una nit, com a  resultat d'una baralla, un Els dandis mor apunyalat. Ponyboy i el seu  amic Johnny decideixen fugir
Crítica d'Octavi Martí a EL PAIS, 6 de març de 1984:
UNA EMOCIÓN SIMPLE, PERO AUTÉNTICA.
"...Después del fracaso estrepitoso de One from the heart, realizar Rebeldes  pudiera significar que Francis Ford Coppola ha renunciado a sus sueños  de visionario y se pliega a las exigencias de la moda. No es cierto. Rebeldes  es un filme que se empezó a preparar antes del estreno del fallido —y  en España aún desconocido— musical y de que los estudios Zoetrope  salieran a subasta. Además, Rebeldes no tiene nada que ver con Porky’s y sus epígonos, con ese retro un poco cínico, que toma sus distancias respecto a la época que evoca.
Coppola ha querido hacer una versión moderna de Rebelde sin causa  —según Vincent Canby en The New York Times, la película es un remake de  la de Ray hecho por un director que “se cree D. W. Griffith rodando El nacimiento de una nación”—,  y su opción no consiste en alejarse de los personajes y ridiculizar sus  miserias, sino en explicarlas correctamente. El maravilloso filme de  Nicholas Ray saca su magia de la planificación, de la delicadeza y  sensibilidad con que se nos presenta la relación entre James Dean y Sal  Mineo y de la felinidad del primero. El guión, las consideraciones  psicológicas y morales del autor del mismo, eran y son penosas, fruto de  un pensamiento casi oligofrénico. Por el contrario, en Rebeldes las causas están claras, los actores no se apoyan en un texto falso o en situaciones inverosímiles.
Rebeldes  es un filme en el que se crea una ficción en la que uno se sumerge  dejándose llevar por su emoción, siempre muy primaria pero muy  auténtica. Coppola defiende a sus adolescentes, muestra sus angustias e  impaciencias, sobre todo en las espléndidas secuencias iniciales,  construidas a partir de un découpage prodigioso, con un ritmo y nervio  insólitos
Rebeldes  es un filme para jóvenes —el único público que le sigue siendo fiel al  cine— construido como una tragedia en la que el destino tiene mucho que  ver con la lucha de clases. Las bandas que pelean son la de los niños  ricos contra la de los pobres, la de chavales con familias estables y  sólidas contra la de los adolescentes que tienen que aprender a ganarse  la vida desde el primer momento. Se pegan, se apuñalan, pero todo va a  seguir igual: unos arriba y los otros abajo. Sólo los personajes de  Johnny, Ponybody Curtis y el interpretado por Darren Dalton saben de la  inutilidad de las batallas. Pero da igual. Su mayor sensibilidad y  lucidez no les permite escapar del ritual sangriento y machista, de la  obligación de seguir un juego en el que no se cree.
La  mala intención de Canby al hablar de las pretensiones de Coppola parece  injustificada. El hecho de que el filme sea pequeño —en intenciones,  presupuestos, filosofía y artisticidad— no disminuye su mérito ni hace  menos necesaria la sabiduría de cineasta que emplea Coppola para hacer  que sus Rebeldes lo sean de verdad..."
Cotton Club (1984)
Amèrica,  anys vint. El Cotton Club és el night club de jazz més famós de Harlem,  Nova York. La seva història és la història de la gent que freqüenta el  local. Richard Gere és Dixie Dwyer, un atractiu trompetista a la recerca  de l'èxit, la sort del qual canvia de forma espectacular quan salva la  vida del gàngster Dutch Schultz -Bob Hoskins-. Gregory Hines és Sandman  Williams, un brillant ballarí de color que somia amb convertir-se en  estrella. Diane Lane és Vera Cicero, la núvia de Dutch Schultz, una jove  bella i ambiciosa la vida de la qual pot córrer perill davant la passió  prohibida que sent per Dixie.
Crítica de Jorge de Cominges a El Períodico de Catalunya, 18 de setembre de 1985:
"...EL gran fracaso comercial de la excelente Corazonada indujo a su director, Francis Coppola, a dirigir dos cintas de género juvenil y bajo presupuesto —Rebeldes y La ley de la calle— tras las que volvió por sus fueros más barrocos y desmesurados con Cotton Club  —47 millones de dólares de presupuesto—, una historia de sexo, ambición  y violencia ambientada en los años vecinos al crack de 1929 en la  ciudad de Nueva York.
En  torno al Cotton Club, un local de Harlem donde actúan los negros pero  al que sólo pueden acudir los blancos, dos parejas de hermanos de  distinta raza intentan prosperar.
Mientras  el trompetista Dixie Dwyer (Richard Gere) se enamora de Vera Cicero  (Diane Lane), la calculadora amante de un gánster (James Remar), el  bailarín de color Sandman Williams (Gregory Hines) intenta conseguir los  favores de Lila Rose (Lonette McKee), una cantante negra que pretende  hacerse pasar por blanca.
Con  su habitual brillantez, Coppola dibuja unos personajes románticos —el  hombre arrastrado a las más bajas humillaciones por dinero; la muñeca  sin escrúpulos que tiene la vida tras de sí a los 20 años; el sádico  sediento de sangre y poder; la muchacha a caballo entre dos razas— que  se mueven, fantasmagóricos, entre tiroteos, violentos ajustes de cuentas  y música de jazz.
Si el  hilo argumental es, en ocasiones, difícil de seguir y la teatral  conclusión puede parecer en exceso fantasiosa, el conjunto se revela  lleno de vigor y ritmo, imaginación visual y trepidante fantasía, una  fábula estilizada y, tal vez, excesiva sobre una época turbulenta en la  que todo se podía comprar y el éxito raras veces lograba sustraerse a  las salpicaduras de la sangre..."
Apocalypse Now Redux (2001)
"Apocalypse now no és una pel lícula sobre la guerra del Vietnam. És la guerra del Vietnam ".  Francis Ford Coppola es plantava davant dels periodistes al festival de  Cannes del 79 i explicava amb aquesta frase demolidora tot allò que la  seva pel.lícula dibuixava amb dolorosa precisió en bonic cel.luloide.  Més de vint anys després, contemplada amb l'assossec del pas del temps i  enriquida amb quaranta-tres minuts de material addicional, Apolypse now (Redux) conserva avui tot el poder que va convertir a la primera versió en una de les indiscutibles obres mestres del cinema modern. 
Segueix  vigent la seva negra bellesa per intemporal. Senzillament perquè la  criatura de Coppola no és només la guerra del Vietnam sinó totes les  guerres, les vingudes i per venir. Mentre hi hagi un sol tambor posant  música a la mort hi haurà un Willard (Martin Sheen) caient a un pou  sense fons, viatjant sense retorn a la veritat del dolor, a aquesta  estranya lucidesa que es frega amb la demència. Mentre els homes  segueixin matant en nom del que sigui seguirà existint un Kurtz (Marlon  Brando) incapaç de suportar la hipocresia, l'engany i la moral  disfressada. Mentre segueixi existint l'horror (etern company de viatge,  potser, de la naturalesa humana) Apolaypse now no haurà perdut ni un punt de la seva vivesa.  
La versió que ara se'ns presenta conserva intacte l'esperit de la seva predecessora i subratlla la seva intemporalitat. Apolaypse now (Redux)  ha aportat més profunditat al retrat del capità Kilgore (Robert  Duvall), ha impregnat d'erotisme desesperat a diversos dels seus  personatges (commovedor trobada entre les noies Playboy i els soldats de  la llanxa) i, sobretot, ha accentuat el matís històric i polític de  l'obra. La seqüència de la plantació francesa a la qual arriba Willard  és una excel·lent peça que oxigena el ritme, aviva una lectura  complementària i apuntala les arestes més amagades del fatigat viatger  que ha de matar Kurtz. Seqüència suprimida en el seu dia i que explica  amb més riquesa, si és possible, el hipòcrita context que crea i  alimenta el monstre del qual sempre s'acaba per prescindir. 
L'horror,  doncs, segueix aquí al 2002, colant-se invisible entre les línies de la  informació política, habitant silenciós en totes i cadascuna de les  guerres que en veritat no veiem. És cert, a l'Iraq, a Palestina, al  Caixmir, a l'Afganistan, arreu del món i en aquest mateix instant hi ha  un Willard i un Kurtz, les dues cares d'una moneda que a penes paga  l'impost de tanta bogeria i tanta sang. Gràcies a Coppola i a Apolaypse now (Redux) podrem  ser sempre testimonis del que no és desitjable veure perquè és  necessària la ceguesa per suportar una gran veritat: que el bé i el mal  tot just estan separats per una fina barrera que ningú no pot  identificar. Gràcies a Coppola i a Joseph Conrad.  
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Actualitzat: 09/05/2024